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El rey Herodes no supo nunca lo que era un teléfono móvil, ni María Santísima, con todo lo lista que era, tuvo nunca idea de lo que era el IBEX 35. Todos los personajes que aparecen en los evangelios de la infancia de Jesús habrían tenido dificultad para comprender una frase del tipo: "Conecte el extremo modular del adaptador del cable a la toma de corriente en la estación base".
Pero exactamente lo mismo ocurre al revés. Lectores de un evangelio que fue escrito hace 2000 años (cuando la gente se saludaba diciendo ave), nosotros corremos el riesgo de no entender, o de entender mal, lo que allí se dice sobre anunciaciones, encarnaciones, primas, nacimientos, pastorcillos, magos y ángeles de primera segunda y tercera generación.
Este libro hace un esfuerzo por devolvernos, dibujos claros, lenguaje directo y un desenfado que se agradece, lo que quienes contaron la infancia y adolescencia de Jesús quisieron transmitirnos. El buen mensaje (eso significa Evangelio), que sirvió a miles, a millones de hombres y mujeres como nosotros para dar un sentido a sus vidas, que es lo más que se puede pedir.
No todos estarán de acuerdo con la lectura que aquí se hace: en los tiempos que corre parece que se lleva más un San José con Alzheimer, una virgen sin sabañones, unos magos muy reyes y un niño Jesús sin problema de retención de orina... paciencia. Todo eso podría admitirse si no fuera porque el Evangelio está ahí, con sus pobres de verdad, su amor humano de verdad, su bondad que poco tiene que ver con la caridad de una vez a la semana.
Porque quizás solo así tenga sentido el mensaje de Jesús fuera de los templos: en la familia, en el autobús, en el trabajo... como cuando María, aquella mañana, entrando por primera vez en el taller del carpintero José, se dijo a sí misma: "Pues tampoco es tan viejo como lo pintan"