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Este libro no es un libro erudito. Los exégetas no descubrirán nada en él, a
no ser, probablemente, mucho que reprender. Está escrito para todos
aquellos que, en un mundo árido y violento, proclaman cada vez en mayor
número su sed de la Palabra de amor y de vida. Dios continúa dirigiendo a
todos ellos la carta maravillosa que escribió un día a su novia Israel: el
Cantar de los cantares. Una carta de amor en la que Dios da rienda suelta a
su inspiración de artista soberano, de poeta, de pintor, de músico; en la que
comprometió a toda su creación flores y frutos, estaciones del año, pájaros
y minerales preciosos; y en la que, sobre todo, deja aparecer sin
consideraciones su loco amor de Esposo tanto de todo un pueblo, como del
más humilde de nosotros.
Empecé la lectura de su libro con un poco de escepticismo. Pero cuanto más
avanzaba, más verosímil altamente verosímil me parecía el principio de
interpretación, para, al final, casi imponerse con fuerza. Y lo que digo
quedaba reforzado aún más por una prueba a contrario: la evidencia de que
una lectura naturalista sostenida resultaría muy difícil.
Prefacio de Henri de Lubac, SJ