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La fe cristiana en la resurrección de la carne ha encontrado incomprensiones y oposiciones desde el principio del cristianismo.
«El misterio de la resurrección», observaba Orígenes en el s. III, «por no ser entendido, es comentado con mofa por los infieles»; y en el s. V afirmaba S. Agustín: «En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne».
A priori, puede resultar paradójico y hasta sorprendente, que la fe cristiana fundada en el Cristo resucitado, encuentre dificultades a la hora de hacerse entender en torno a la resurrección. Puede afirmarse que la resurrección de los muertos es uno de los dogmas más cuestionados fuera del cristianismo y que más le ha costado y le cuesta explicar para hacerse entender y ser accesible a los cristianos.
Pero sin duda, hablar de resurrección es hablar de la tradición bíblica y de la fe Cristiana. Cristo es el Resucitado por excelencia. Por esta razón, considero de vital importancia hallar maneras viables y comprensivas de expresión de este dogma de fe. Pues como S. Ireneo ya decía en el S. II, «la resurrección de los muertos es contenido de la doctrina apostólica», o el propio Orígenes, en el s. III, «la doctrina de que llegará el momento de la resurrección de los muertos se encuentra definida en la predicación de la Iglesia».
Los primeros cinco siglos del cristianismo, hasta S. Agustín, entendieron la importancia de esta declaración de fe y su valor antropológico y soteriológico, por ello, encontramos un número importante de obras monográficas que exponen esta doctrina.